Nicolás Poblete, autor de las novelas No me ignores, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión y, más recientemente, la exitosa Corral, nos transporta aquí a uno de los episodios más macabros de nuestra historia. En La casa de las arañas, la protagonista busca sus orígenes y entrelaza pasado y presente para revelar una verdad incómoda sobre identidad, memoria y violencia de género.
La narración es protagonizada por Isa, investigadora criminológica, y se organiza como un misterio que va alternando dos dimensiones temporales, enmarcadas por las décadas de los setenta y los noventa. Cada era es evocada sensiblemente a través de distintivas marcas culturales e históricas, que permiten sentir el ambiente de esos años, desde los toques de queda, anunciados por estaciones radiales en los setenta, hasta el advenimiento de la democracia neoliberal, con la llegada de los teléfonos celulares y el internet. El epílogo nos lleva hasta el Chile actual, con la celebración del primer banco de huellas genéticas.
Un violento y revelador intercambio sexual proyecta a Isa, su particular heroína, en una serie de búsquedas. Así, la joven de veinticinco años se embarca en un viaje hacia sus propios nebulosos orígenes, que debe dilucidar siguiendo una pista tras otra. Pero Isa no se imagina que estas pistas revelarán una dimensión mucho más vasta, que pondrá a prueba su integridad psíquica y le hará cuestionarse la validez de su profesión y de su trabajo como subalterna en una institución académica. A través de su investigación, Isa experimentará una metamorfosis que le hará plantearse complejos dilemas: ¿Somos producto de nuestra crianza o meros depósitos genéticos? ¿Es la familia un sostén o un conjunto de obstáculos que tronchan nuestra individuación? ¿Es el amor una inspiración sublime o una simple reacción química, una trampa para perpetuar la especie, como reflexiona su protagonista?
La casa de las arañas es una muestra más de la capacidad que despliega Poblete para dar voz a distintos personajes, que actúan como voceros de sus propias verdades y conforman un mosaico donde es posible distinguir rasgos de nuestra idiosincrasia chilena. Las distintas mujeres que se cruzan en la novela también forman un coro de voces que demandan justicia por los abusos que han sufrido. Estos no solo acusan la terrible realidad del tráfico de guaguas en los setenta en nuestro país, sino que nos alertan sobre la transversalidad y actualidad de la violencia de género y la disposición de los cuerpos como mercancía biopolítica. Así, la novela reivindica la lucha por la búsqueda, pues como expresa su protagonista, “si alguien sigue vivo, aunque no sepas dónde esté, siempre es posible encontrarlo”.
